Hilando tierra y mente
Amira Fernández Ramos entrenamiento, nutrición felicidad, medio ambiente, microbiota, Mycobacterium vaccae, reducción de estrés, relajación, serotonina
Llevo un par de meses con muchas ideas en mente, y todas relacionadas con lo mismo: la sabiduría del planeta que nos estamos cargando. Esas ideas me han llevado a rebuscar un poco en posts del pasado y darme cuenta de que hay conexiones entre cuerpo, mente, naturaleza y microorganismos.
En El segundo cerebro que no es exactamente nuestro, hablé de la serotonina y de cómo esta se produce PRINCIPALMENTE en el tracto digestivo con ayuda de todos los microorganismos que residen en él.
Cada vez es más evidente que somos lo que comemos. Y no me refiero a nada físico, sino más bien a algo mental. Yo no soy igual de feliz frente a un buen plato de fabada que con una ensalada ya preparada de supermercado (no voy a dar ningún nombre al respecto, que no quiero líos). Mientras me como un buen plato (sobre todo cuando viajo, me encanta conocer la gastronomía del lugar), me imagino a mis neuronas metiendo serotoninas por la escuadra a las otras neuronas, y mi felicidad aumenta hasta el infinito y más allá.
Esto me llevó a querer entender más sobre nuestro estilo de vida y por qué, así que hice una lista de las nuevas costumbres del ser humano y su desconexión con la naturaleza (véase en La comodidad que no ayuda al planeta). Hagamos memoria: en éste, introduje la disbiosis, y se abría un tipo de debate que lleva rondando por mi cabeza desde entonces…
Es bastante evidente que el estilo de vida, entonces, podría favorecer a la disbiosis, lo que explicaría porque vivimos en una sociedad con tantas patologías – no solo gastrointestinales –, como cáncer, enfermedades autoinmunes y neurológicas.
Vale, es verdad… ¿No se supone que los genes marcan el destino de nuestro organismo? Bueno, en realidad, aparte del factor genético, el factor ambiental (nuestro estilo de vida) puede protegernos e impedir que lleguemos a desarrollar algunas patologías.
La epigenética se refiere al estudio de los factores que, sin corresponderse a elementos de la genética clásica, juegan un papel muy importante en la genética moderna, interactuando con estos. Dicho de otra forma, existen componentes de nuestro estilo de vida que pueden influir en la expresión de distintos genes, como la alimentación, los cafés que te bebes al día, los kilómetros que corres, los cigarros que te fumas, los residuos y los contaminantes, etc.
En mi caso, por ejemplo, me encanta el mar, la montaña y estar alejada de la ciudad. Cuando llega el viernes, cojo la mochila y me pierdo por algún rincón perdido de Navarra, el Pirineo o, si me pilla en Valencia, pues me voy el finde al huerto, a disfrutar del sol, del silencio y de una paellita a leña. ¿A quién no le relaja un fin de semana en algún pueblecito en la montaña, como Broto o Llavorsi, pasear, no pensar en tu día a día ni en las obligaciones que te esperan cuando vuelvas el lunes a trabajar?
Pues parece ser que se lo debemos a una bacteria, la Mycobacterium vaccae, que vive en la tierra y que parece disminuir la ansiedad y mejorar la función cognitiva (en serio, cada vez tengo más claro que EL PLANETA nos cuida). De hecho, la revista Neuroscience publicaba hace unos años que este microorganismo estimula las neuronas de la corteza prefrontal del cerebro humano para que liberen serotonina, que como se mencionó en anteriores posts, es el neurotransmisor de la felicidad.
Desde entonces, M. vaccae ha protagonizado numerosos estudios; Christopher Lowry, neurocientífico de la Universidad de Bristol, comprobó que inyectando la bacteria en ratones de laboratorio, se obtenían los mismos efectos que con el Prozac. El investigador, junto a su colega Graham Arthur William Rook, obtuvieron en 2003 una patente para el uso de M. vaccae y derivados con el fin de tratar la ansiedad, los ataques de pánico y los trastornos alimentarios.
Por otro lado, en 2010, la investigadora Dorothy Matthews, del Sages College de Nueva York, decidió alimentar a ratones de laboratorio con M. vaccae y ver qué pasaba; Pues resulta que los animales que habían ingerido la bacteria se movían más rápido por los laberintos y sufrían menos ansiedad.
Tal vez estamos yendo por el camino equivocado. Ahora entras en las aulas, y todo es tecnología, ordenadores, tablets y mil formas para preparar a los jóvenes a ser los mejores delante de una pantalla (por no hablar de sus sesiones haciéndose selfies para Instagram). No obstante, si existe una bacteria como la M. vaccae en las plantas y en el suelo del campo, ¿no sería más oportuno combinar las skills tecnológicas con actividades al aire libre para adquirir nuevas habilidades, aumentar la felicidad y reducir los niveles de estrés?
Llevo un par de meses con muchas ideas en mente, y todas relacionadas con lo mismo: la sabiduría del planeta que nos estamos cargando. Esas ideas me han llevado a rebuscar un poco en posts del pasado y darme cuenta de que hay conexiones entre cuerpo, mente, naturaleza y microorganismos.
En El segundo cerebro que no es exactamente nuestro, hablé de la serotonina y de cómo esta se produce PRINCIPALMENTE en el tracto digestivo con ayuda de todos los microorganismos que residen en él.
Cada vez es más evidente que somos lo que comemos. Y no me refiero a nada físico, sino más bien a algo mental. Yo no soy igual de feliz frente a un buen plato de fabada que con una ensalada ya preparada de supermercado (no voy a dar ningún nombre al respecto, que no quiero líos). Mientras me como un buen plato (sobre todo cuando viajo, me encanta conocer la gastronomía del lugar), me imagino a mis neuronas metiendo serotoninas por la escuadra a las otras neuronas, y mi felicidad aumenta hasta el infinito y más allá.
Esto me llevó a querer entender más sobre nuestro estilo de vida y por qué, así que hice una lista de las nuevas costumbres del ser humano y su desconexión con la naturaleza (véase en La comodidad que no ayuda al planeta). Hagamos memoria: en éste, introduje la disbiosis, y se abría un tipo de debate que lleva rondando por mi cabeza desde entonces…
Es bastante evidente que el estilo de vida, entonces, podría favorecer a la disbiosis, lo que explicaría porque vivimos en una sociedad con tantas patologías – no solo gastrointestinales –, como cáncer, enfermedades autoinmunes y neurológicas.
Vale, es verdad… ¿No se supone que los genes marcan el destino de nuestro organismo? Bueno, en realidad, aparte del factor genético, el factor ambiental (nuestro estilo de vida) puede protegernos e impedir que lleguemos a desarrollar algunas patologías.
La epigenética se refiere al estudio de los factores que, sin corresponderse a elementos de la genética clásica, juegan un papel muy importante en la genética moderna, interactuando con estos. Dicho de otra forma, existen componentes de nuestro estilo de vida que pueden influir en la expresión de distintos genes, como la alimentación, los cafés que te bebes al día, los kilómetros que corres, los cigarros que te fumas, los residuos y los contaminantes, etc.
En mi caso, por ejemplo, me encanta el mar, la montaña y estar alejada de la ciudad. Cuando llega el viernes, cojo la mochila y me pierdo por algún rincón perdido de Navarra, el Pirineo o, si me pilla en Valencia, pues me voy el finde al huerto, a disfrutar del sol, del silencio y de una paellita a leña. ¿A quién no le relaja un fin de semana en algún pueblecito en la montaña, como Broto o Llavorsi, pasear, no pensar en tu día a día ni en las obligaciones que te esperan cuando vuelvas el lunes a trabajar?
Pues parece ser que se lo debemos a una bacteria, la Mycobacterium vaccae, que vive en la tierra y que parece disminuir la ansiedad y mejorar la función cognitiva (en serio, cada vez tengo más claro que EL PLANETA nos cuida). De hecho, la revista Neuroscience publicaba hace unos años que este microorganismo estimula las neuronas de la corteza prefrontal del cerebro humano para que liberen serotonina, que como se mencionó en anteriores posts, es el neurotransmisor de la felicidad.
Desde entonces, M. vaccae ha protagonizado numerosos estudios; Christopher Lowry, neurocientífico de la Universidad de Bristol, comprobó que inyectando la bacteria en ratones de laboratorio, se obtenían los mismos efectos que con el Prozac. El investigador, junto a su colega Graham Arthur William Rook, obtuvieron en 2003 una patente para el uso de M. vaccae y derivados con el fin de tratar la ansiedad, los ataques de pánico y los trastornos alimentarios.
Por otro lado, en 2010, la investigadora Dorothy Matthews, del Sages College de Nueva York, decidió alimentar a ratones de laboratorio con M. vaccae y ver qué pasaba; Pues resulta que los animales que habían ingerido la bacteria se movían más rápido por los laberintos y sufrían menos ansiedad.
Tal vez estamos yendo por el camino equivocado. Ahora entras en las aulas, y todo es tecnología, ordenadores, tablets y mil formas para preparar a los jóvenes a ser los mejores delante de una pantalla (por no hablar de sus sesiones haciéndose selfies para Instagram). No obstante, si existe una bacteria como la M. vaccae en las plantas y en el suelo del campo, ¿no sería más oportuno combinar las skills tecnológicas con actividades al aire libre para adquirir nuevas habilidades, aumentar la felicidad y reducir los niveles de estrés?
Me está viniendo algo a la cabeza… ¿Os imagináis una distopía a lo Gattaca que nos diferenciara genéticamente según el contacto que tengamos con el aire libre?
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